La Fuerza pobladora no llama a engaño a nadie, ni tampoco se hace parte de la borrachera electoral. Tal como dijimos antes, el camino trazado por la elite desde el acuerdo por la paz y la nueva constitución, lejos de ser la vía para encauzar las aspiraciones y demandas del pueblo, significó la contención y el desarme de la fuerza expresada en las calles. El triunfo electoral de Boric no es más que una estación en esta ruta, y a pesar de que ha abierto esperanzas a una porción de los sectores populares, sabemos que estas estarán lejos de concretarse en su gobierno.
Se abre así un nuevo escenario de lucha para los pobladores. En este enfrentamiento se encuentra por un lado un pueblo cansado de las miserias y migajas que le entrega el sistema, y por otro lado una élite que busca dar una salida a la actual crisis, por medio un proceso de renovación de la política y de una agenda de reformas que busca apaciguar los ánimos y contener cualquier nueva expresión de descontento.
Se reordena el tablero
Los partidos de los diversos colores comenzaron a adaptarse a la nueva situación, cada uno saca las cuentas para proyectar su rol en el nuevo contexto, con un parlamento renovado y una constituyente que buscará recuperar protagonismo luego de su decadente desempeño en los últimos meses.
Los viejos colegas de la Concertación parecen tomar caminos distintos, unos buscan el acomodo en el nuevo gobierno, otros llaman a ser colaboradores, pero sin mezclarse con el gobierno que miran con recelo, y otros toman palco a la espera de las circunstancias. Lo claro es que quieren administrar la derrota de la derecha a beneficio propio, aliándose con las nuevas caras de la élite para mantener sus cuotas de poder intactas. Hoy ajustan sus discursos al nuevo contexto y echan tierra a las décadas donde gobernaron para un modelo económico y político que hoy salen a criticar descaradamente.
Por su lado, la derecha “lame sus heridas” y saca cuentas, ya que históricamente nunca les ha incomodado ser oposición mientras la otra parte siga gobernando con sus ideas como ha sido durante los últimos 33 años. Se engañan los que hoy quieren ver en las últimas derrotas electorales de este sector poco menos que su desmoronamiento. La derecha reordena sus fuerzas y diversifica sus opciones frente a un tablero político disperso, muy lejano a las estables coaliciones políticas que los poderosos lucían antaño como garantía de una sana institucionalidad.
Esta situación de fragmentación política hará que los partidos y las alianzas que se armen privilegien las negociaciones que les permitan reforzar sus nuevas posiciones, generando pactos con el fin de consolidar y ganar cuotas de poder. Las reformas que se ofertaron en la última elección presidencial se esfumarán frente las negociaciones parlamentarias de última hora, frente al intercambio de favores políticos, o a la búsqueda de beneficio propio a cambio de votos. Para evitar esto y mantener un mínimo de gobernabilidad, Boric y sus negociadores no tendrán más opción que abrir amplios acuerdos, donde cualquier intención de cambio se diluirá en la cocina parlamentaria. De un modo u otro sólo pierde el pueblo.
Una nueva gobernabilidad para los negocios
La justa esperanza de cambio que el pueblo ha puesto luego del triunfo electoral de Boric se empieza a desvanecer en la medida en que se evidencia el verdadero carácter del nuevo gobierno. A pocas semanas y sin ni siquiera haber asumido queda claro que la tarea de este será dar buenas señales a los mercados, comenzando a calmar las aguas, a estabilizar la actual crisis política, ayudando a darle un nuevo aire a la desprestigiada institucionalidad y tranquilidad a los negocios.
Las promesas de campaña comienzan a borrarse con el codo, hablan de ser mesurados y realistas, de ampliar y generar nuevos pactos con los viejos partidos concertacionistas, de generar grandes acuerdos para sacar adelante reformas, de cuidar “la billetera estatal”; frases que el pueblo se acostumbró a escuchar con resignación durante las últimas décadas, y que se repiten casi calcadamente, ahora desde los nuevos políticos de ropa informal y discurso endulzado.
Esta camada de nuevos políticos está pasando con éxito el examen de blancura, recibiendo rápidamente el apoyo del gran empresariado, quienes comprometieron su colaboración y manifestaron su aprobación a la moderada agenda económica del nuevo gobierno.
El recambio generacional en los administradores del sistema, las nuevas distribuciones de poder en el parlamento y la nueva constitución actualizarán los consensos políticos de los de arriba, donde los intereses del pueblo no tienen cabida, ni tampoco la podría tener, ya que no hay forma de reconciliar las aspiraciones y expectativas de una vida digna, con los negocios e intereses de la clase empresarial, los que claramente permanecerán intactos.
Sólo luchando se hacen los cambios reales
Una de las principales lecciones que tenemos que recoger de los resultados electorales recientes, es que el descontento popular, manifestado con insolencia y rebeldía en las poblaciones de nuestro país hace ya más de 2 años, no logró traducirse en el fortalecimiento de una opción propia del pueblo, ni se materializó en triunfos concretos que mejoraran las condiciones de vida de nuestra gente, sino que se encauzó en el afianzamiento de un proceso de renovación de las elites gobernantes.
Frente a esta situación donde una vez más el pueblo ha quedado excluido de cualquier protagonismo en las definiciones políticas, la Fuerza Pobladora ha levantado un Manifiesto Político, que plantea el inicio de una ofensiva de los pobladores y un llamado a la movilización popular.
Entendemos que la única garantía posible para lograr una mejora en nuestras condiciones de vida y generar cambios estructurales, es que estos sean impulsados y defendidos por el pueblo organizado, sin el control de la institucionalidad y sin los falsos representante que buscan sacar provecho de las justas aspiraciones populares.
La Fuerza Pobladora propone un que hacer
La fuerza pobladora no se hace ninguna ilusión de lograr una vida mejor sin luchar, sin arrancar los cambios por medio de la movilización popular, sin consolidar nuestras conquistas por medio del fortalecimiento de las organizaciones del pueblo y de la construcción del poder de nuestra gente.
No se debe dar tregua a la denuncia de las maniobras de la vieja y nueva clase política. Hay que visibilizar los engaños y los cantos de sirena hacia nuestro pueblo, de quienes con una mano prometerán cambios y con otra negociarán con las expectativas de nuestra gente. Debemos dejar claro que cualquier salida a la crisis económica y política pasa por una alternativa popular y no por los ahora tres bandos que se disputan el poder, todos defensores con más o menos matices del mismo sistema.
Deben multiplicarse y fortalecerse las organizaciones populares como única forma y condición para impulsar la pelea por una vida digna y mejor. Estas deben constituirse en los espacios donde el pueblo se encuentra y rompe la fragmentación y la apatía, donde define y hace política. Estas organizaciones deben determinar cada vez más nuestras vidas en las poblaciones, quitando espacios a los enemigos del pueblo.
Debe desplazarse el centro de la acción política desde los pasillos del Congreso, de la Moneda y de la Constituyente, hacia las organizaciones populares, a las calles de nuestras poblaciones y de las grandes avenidas, como una garantía de empujar las esperanzas de cambio del pueblo. No hay que ceder ante los llamados a “tener paciencia” o a “actuar con realismo”. El pueblo no se compra dos veces en la historia la promesa inconclusa de la “alegría que nunca llegó”
Por último, deben empujarse las demandas populares, en todos los frentes y en cada aspecto que afecta nuestra vida, Para esto debemos encauzarlas por medio de nuestras organizaciones populares, movilizando a nuestros vecinos y contagiando a los demás sectores del pueblo, para que con decisión salgan a conquistar lo justo.
No hay que olvidar nunca esta sabia sentencia: la dignidad y las necesidades del pueblo, se pelean, no se piden; se arrancan, no se mendigan.