Dina Boluarte ha hecho de su gobierno usurpador y de su dictadura asesina y genocida, también, una Dictadura terrorista.
Las definiciones más usuales y de sentido común sobre terrorismo son estas: Dominación por el terror; sucesión de actos de violencia para infundir terror. Y el terror no es sino un miedo muy intenso, en este caso, provocado de modo deliberado. El objetivo del gobierno usurpador de Dina Boluarte, frente a las masivas protestas, era y es infundir miedo, un miedo intenso. De manera que las masas populares, que habían salido a las calles desde el 7 de diciembre, cuando se depuso a Pedro Castillo mediante un golpe de Estado parlamentario, al asustarse y aterrorizarse, se inhiban y desistan de su legítima protesta. Una protesta que está signada por un hecho claro: que les impusieron, contra su voluntad, a un gobierno usurpador, en tanto que su presidente legítimo —visto como uno de los suyos—, en la culminación de un complot que se inició desde el día 1 de su mandato, fue secuestrado, derrocado y encerrado en prisión.
Hay algunas pistas de la teoría y práctica del terror estatal, o del terror como arma de guerra, que debemos indicar. Mientras más violento y rápido sea el golpe, más pavor se infunde, y más rápido se debilita moral y emocionalmente al adversario y se lo somete. Ese esquema se ve en la invasión de Irak (2003) a través de la Operación conmoción y pavor (Shock &Awe). Y eso mismo se observa en el genocidio de Hiroshima y Nagasaki (1945). Japón era ya una potencia militar derrotada en la II Guerra Mundial, cuando EE.UU lanzó dos bombas atómicas. Lo hizo para infundir miedo al mundo, para propagar el terror, amenazando con su poderío nuclear. Esto es lo que le espera a quien ose oponerse a nuestros designios de dominio, gritaba con sus hechos: Tierra arrasada, cientos de miles de cuerpos de mujeres, niños, ancianos y todos, calcinados, en algo peor que infierno sobre la Tierra. En este último era el hongo atómico, que se levantaba como una erupción terrorífica, lo que buscaba infundir miedo. En Irak, lo era el inacabable lanzamiento nocturno de misiles, desde barcos, celebrados por sus cadenas de televisión, tipo CNN, como si esa operación de muerte y destrucción fueran simples fuegos artificiales
Esta realidad histórica inobjetable —la acción guerrerista de EE.UU en el mundo—, hizo decir al intelectual estadounidense Noam Chomsky, que el Estado norteamericano es un Estado terrorista. Y he aquí la madre de las paradojas. El maestro en aterrorizar al mundo es el mismo que llama y hace llamar terrorista a todo lo que se mueva en su contra. Y si, en el campo jurídico y de la propaganda, avanzó mucho en imponer sus criterios y posiciones, no fue menos en el terreno militar. EE.UU. es el maestro forjador de los talentos que disparan a matar contra nuestros pueblos, contra cuyas luchas se escupe el insulto de terrorista. Los que balean a nuestros pueblos, se formaron en sus sórdidos criaderos de asesinos —llamados Escuelas o Academias— regentados por asesores yanquis. No necesariamente les meten pólvora en la comida o algún aditivo para que sean carniceros inhumanos, como se muestran en las pavorosas imágenes en el Perú. Es algo peor: les enseñan a odiar a esos pueblos que les pagan desde sus uniformes, su comida, hasta las armas y las balas con las que estos los asesinan. Por ello, una reforma profunda de las FF.AA. y Policiales, a través de una Nueva Constitución —la causa que nos une a todos en las calles—, debe de implicar una auditoría de sus manuales y sus instrucciones gorilas.
Para determinar el nivel de sevicia o crueldad extrema conque los efectivos militares policiales respondieron a las protestas basta observar los bien calculados disparos a la cabeza. Buscaban destrozar, desfigurar sobre todo los rostros. Y, asimismo, destrozar el pecho y el corazón para infundir el mayor miedo posible, el mayor pavor posible, para que las masas se aterroricen y desistan de luchar.
Ahora bien, aunque hoy modere su discurso —y una vez más invoque los DD.HH.—, ante la condena mundial, EE.UU tiene responsabilidad directa en lo que viene ocurriendo en el Perú. Fue con el respaldo de EE.UU, vía Lisa Kenna su embajadora, que Dina Boluarte se sintió empoderada para decretar el Estado de Emergencia y mandar a disparar a matar a diestra y siniestra. Desde ese momento se elevó de 7 a 27 el número de asesinados por la feroz represión policial y militar en el Sur peruano en diciembre del 2022. Para determinar el nivel de sevicia o crueldad extrema conque los efectivos militares policiales respondieron a las protestas basta observar los bien calculados disparos a la cabeza. Buscaban destrozar, desfigurar sobre todo los rostros. Y, asimismo, destrozar el pecho y el corazón para infundir el mayor miedo posible, el mayor pavor posible, para que las masas se aterroricen y desistan de luchar.
Pero en 20 días de reiniciada la lucha, y cuando el saldo de asesinados se ha elevado de 27 a cerca de 50, el pueblo no sólo no ha sido aplastado. Sino que la sangre derramada ha avivado las llamas de la protesta y la está convirtiendo en un levantamiento general para derribar a la dictadura asesina y genocida y hoy Dictadura terrorista de Dina Boluarte. Y la razón está en que esas masas están dotadas de consciencia. Y esa consciencia está abrigada de sentimientos, en los que se funden viejas reivindicaciones históricas y el sueño de que los peruanos nos merecemos un Perú mejor. Un futuro que nos pertenezca, y que no se decida en los conciliábulos de la Confiep, en la Embajada yanqui, en los cuarteles del CCFFAA o entre los jerarcas de la Iglesia católica, o en la prensa corrompida y venal. Una prensa que ha acompañado cada movimiento del poder, cada paso de la dictadura terrorista y que cada día se gana el mismo epíteto: Prensa terrorista.
El Perú ha despertado, está movilizado y el movimiento popular se apresta, cada vez más vigoroso y articulado, a nuevas y más elevadas jornadas de lucha. Las nuevas enbestidas represivas sólo atizan la protesta. La Dictadura genocida y terrorista está desenmascarada y está quedando aislada. Quienes hasta hace una semana la instaban a que aplique su terruqueo de manera más eficaz, hoy saltan del barco y cambian de discurso. La traidora y usurpadora Dina Boluarte es, para el pueblo en pie de lucha, el rostro de la muerte y debe caer junto al Congreso. Con el asesinato de medio centenar de peruanos y cerca de un millar de heridos —sobre todo del heroico y olvidado Sur peruano— ha cavado su propia tumba. Y con ello ha arrastrado a todo el establishment que la catapultó, protegió y azuzó en estos 37 días de terror estatal.